6° Derecho 2 Liceo Dr. Alfonso Espínola
Análisis de Los heraldos Negros
Este poema lleva por título “Los heraldos negros”, dándole
también nombre al libro que compone una serie creaciones en las que el poeta
pone en cuestionamiento su relación íntima con Dios. Esta Duda de la atención
divina parte de la misma existencia y vivencia del yo lírico, que sufre por el
dolor humano, que es irreparable y hasta insoportable.
La antinomia Amor/ Dios, Dolor/Hombre es el tema del poema. ¿Cómo un Dios que
es amor permite el dolor que parece partir del odio de Dios? Como si ese Dios
se ensañara especialmente en el sufrimiento humano. Sobre estos ejes gira todo
su cuestionamiento.
El carácter del poema es casi dialógico. El yo lírico parece hablarnos,
hacernos vernos en esos golpes, hacernos reflexionar sobre ellos, hayamos o no
sentido estos golpes aún. Pero nos involucra y esos golpes son los golpes de
cualquier vida, de la Cruz que cada hombre lleva por el simple hecho de existir
Estamos frente a un poeta que se aparta del modernismo latinoamericano lleno de
un lenguaje ornamental y colorido, para acercarse al existencialismo de
principios de siglo, parco y filosófico. Aquella doctrina filosófica que
cuestiona la existencia del hombre con un propósito definido. No olvidemos que
ya ha pasado una primera guerra mundial y que el hombre ha visto la crueldad y
las barbaridades de la guerra. A la juventud muriendo en forma instantánea y al
hambre que esta Guerra Mundial ha conllevado. Es lógico que éste se pregunte:
para qué existimos, qué es ser hombre, qué debe hacerse con este existir.
El título mismo responde a un poema de Rubén Darío, modernista, que se llama
“Heraldos”. Este poema esta cargado de colores y relaciona a cada color con los
amores que el yo lírico tuvo en su vida. Cada heraldo (mensajero) le trae el
recuerdo de una característica de un amor pasado. En el caso de Vallejo estos
también son “Heraldos”, pero todos negros, porque son anuncios de la muerte, de
la oscuridad, de la soledad y la desolación. Este poema de Vallejo también
rompe con la formalidad métrica muy estricta en los poemas modernistas, sin
embargo, el juego que hace de sonoridades en las rimas sugieren toda una serie
de sentidos. Una de las rimas más elocuentes es la expresión “sé”. Esta es una
certeza que no existe, porque va acompañada del “no”, así la certeza se
transforma en duda, una duda que se vuelve existencial, “Yo no sé”, y lo que el
yo lírico no sabe es el sentido de esos golpes que provocan dolores
insostenibles. El resto de las rimas consonantes van desde la segunda estrofa:
“fuerte/Muerte”, “blasfema/quema”, “palmada/mirada”. Estas coincidencias
sonoras sugieren un sentido en el que se revela la impotencia del hombre, ante
lo absoluto, la Muerte, la blasfemia, y el llamado divino.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufridose empozara en el alma… Yo no sé!
El yo lírico comienza el verso con una certeza y la termina con una duda.
Existen, “hay golpes”, no son una duda porque al menos él los ha sentido, y si
quien escucha no los reconoce, tal vez ahora sí los haga o se prepare para
hacerlos. Los heraldos negros que anuncian, no amores, sino muerte, son
mensajes para el hombre, y que tarde o temprano recibiremos. Éste utiliza un
zeugma (cuando se une un concepto concreto con uno abstracto) que permiten la
visualización del esos golpes. La vida tiene momentos muy difíciles que parecen
golpes, si es así, entonces hay una mano o obstáculo que los provoca. Son “tan
fuertes” que desequilibran al hombre, lo desestabilizan. Esa es la única
certeza palpable, lo demás es duda: de dónde vienen, por qué suceden, cuál es
el propósito, por qué se sufren. Todo es una gran duda, que el yo lírico
expresa después de una reticencia (los puntos suspensivos) donde el silencio se
llena de preguntas nunca formuladas, porque no tienen respuesta, sólo una única
certeza. Existen y se sienten.
En el segundo verso el yo lírico aventura una posible respuesta a través de una
comparación sugestiva: “golpes como del odio de Dios”. Esa mano que golpea al
hombre no puede venir de otro lado que no sea de Dios, pero este es un Dios que
ha cambiado su condición. Si Dios es Amor, es imposible que odie, pero son tan
fuertes esos golpes, que así los siente el yo lírico. Es interesante ver como
la palabra “Dios” y la palabra “odio” tienen casi los mismo fonemas pero
ordenados de forma diferente. Dios ha cambiado, para este yo lírico, de
condición, como han cambiado sus fonemas, y es capaz de odiar al hombre, en vez
de amarlo. Esa es una posible explicación de que estos golpes sean tan fuertes
y tan desestabilizadores.
Luego de la cesura, aparece una nueva comparación, en un intento desesperado
del yo lírico de explicar la naturaleza de estos golpes vividos.
...como si ante ellos,la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!
Utiliza nuevamente un zeugma para que lo sufrido quede planteado en una
sensación concreta, reconocida por el lector: “la resaca”. Esta palabra tiene
múltiples significados. Podría asociarse a los residuos que deja el mar al
volver la ola, y también puede verse como al malestar después de el exceso de
bebida o a la turbación de una situación inesperada. Sea cual sea el
significado, el yo lírico se desequilibra con esos golpes y sólo queda esos
residuos del movimiento producido, los residuos de “todo lo sufrido”, eso que
no puede controlarse porque son las consecuencias del dolor, que uno no puede
prever. Es el adjetivo “todo” lo que comienza a darnos una idea de la
inmensidad de esos golpes.
Pero esos golpes no sólo traen resaca sino que tampoco desaparecen del
individuo, quedan allí, estancados, empozados, en lo más íntimo del ser, lo que
hace imposible su recuperación. El pozo es difícil de vaciar y el agua allí no
corre, por lo tanto es agua de muerte, por su suciedad. Esta queda en lugar al
que ni siquiera podemos acceder: el alma, porque tampoco sabemos dónde está
para poder limpiarla. Este juego entre lo concreto y lo abstracto, hace
sencilla la comprensión del poema pero también lo hace sensible al lector,
quien inmediatamente comprende y siente de qué se está hablando.
Esta primera estrofa termina con la misma Duda. El yo lírico se desvive por
explicar qué clase de golpes son los que le afectan pero no puede explicar su
origen, no puede explicar su por qué, y mucho menos, para qué. Todo el poema
será ese intento de explicar la clase de golpes de los que habla, y en estos se
deja entrever la duda existencial. Tres veces planteará la Duda, y sabemos que
este es un número religiosamente importante, porque tres son las personas
divinas, unidas en una sola. Tres veces duda, y uno sólo es el hecho: los
golpes.
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
La segunda estrofa comienza con una nueva certeza: “son pocos”. Eso puede aliviar
un tanto a la condición humana. Si el hombre frente a Dios es como una hormiga,
y si Dios realmente se ensañara en golpearnos, no existiría la raza humana, en
estas ideas podemos ver que el hombre ve consecuencias del accionar divino sin
comprender sus motivaciones. Es ese límite del conocimiento humano lo que
angustia al hombre. La sentencia termina como empieza, con el verbo “ser”, que
adquiere la dimensión de existir. Que sean pocos no lo libra de que existan y
duelan, por eso otra vez vuelve a la reticencia como la suspensión de lo
inefable, lo inexplicable, lo incomprensible.
Estos golpes dejan marcas físicas y oscuras que son visibles para cualquiera
que los vea, están en el rostro y no importa cuán fuerte sea la persona que los
recibe. Marcan al hombre, oscurecen su faz y este color va quitando la luz del
rostro, señal de lo divino. Si son “zanjas oscuras” son profundas y no pueden
borrarse. Dios vuelve a cambiar de condición, es capaz de dejar oscuridad en un
rostro “fiero”. Nadie está a salvo de estos golpes, ellos son como latigazos
que marcan el lomo y obligan al hombre a estar agachado, a encorvarse, a
someterse, a aceptar sin cuestionamientos, sin posibilidad de réplica.
En los siguientes dos versos el yo lírico intenta una explicación que sirve
también para describir esos golpes.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
En esta explicación tampoco hay certezas “tal vez”, no lo sabe pero se asemejan
a “los potros de bárbaros atilas”, aquel personaje tan temido por su bravura,
que fue capaz de poner en jaque a todo el imperio romano, y asolar a toda
Europa. Se decía que por donde pasaba el caballo de Atila no volvía a crecer el
pasto. Vivían de los saqueos más crueles. Así siente los golpes este yo lírico,
nada puede volver a crecer después de esos golpes, porque ni siquiera es Atila,
sino muchos atilas, y muchos potros. No existe la posibilidad de recuperación
después de esos golpes, es por eso que termina concluyendo: “o los heraldos
negros que nos manda la Muerte”. Cada golpe, son mensajes de la Muerte, con
mayúscula, con respeto, casi personificada. La Muerte le manda mensajeros al
hombre para recordarle que existe, que es implacable, que es dolorosa, que es
inevitable, y que es para todos. Y aún más, que está más cerca de lo que uno
piensa.
Son las caídas hondas de los cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitacionesde algún pan
que en la puerta del horno se nos quema
La tercera estrofa comienza, nuevamente con una certeza, la de existir pero
ahora asociado directamente a Cristo. Éste que debe estar en todo hombre, cae
con esos golpes, y su caída es profunda, por eso es muy difícil reanimarlo. Uno
de los poderes que tenía Cristo era hacer revivir a los muertos, pero si éste
cae, no existe la posibilidad de resurrección para el hombre. Y cae hondamente.
Es importante ver que no habla de Cristo que es único sino de “los cristos”,
que son personales. La propuesta cristiana es personal, cada hombre debe vivir
a Cristo, y aquí el yo lírico involucra al lector en ese plural, son los
cristos del alma, los personales, en el que confiamos y nos apoyamos, en el que
sostenemos nuestras vidas, ése es el que cae. Y ese plural en minúscula se
opone al “Destino” en mayúscula, personificado, que termina determinando la
vida del hombre. La fe que debería ser para Cristo, adora en realidad al
Destino que se opone al Libre Albedrío cristiano. Según este último concepto el
hombre puede elegir su camino, pero si la fe adora al Destino, no existe la
posibilidad de elección. El hombre está determinado a sufrir. A su vez hay una
oposición entre la palabra “adorable” y la palabra “blasfema”. Ambas pertenecen
al campo religioso, pero una es una bendición y la otra una maldición. Ese
Destino nos maldice, en eso radica su personificación, tiene el poder de
hacernos sufrir casi por el placer perverso de hacerlo, por el hecho de haber
elegido adorarlo. En el alma del hombre, estos golpes hacen que la fe en “los
cristos” mengüe y empecemos a pensar que estamos destinados a sufrir la
maldición del Destino.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema
En estos dos último versos ya no son sólo golpes oscuros, sino también
sangrientos. Nuestra sangre, motor de la vida, son consecuencias de los golpes,
en cada uno de ellos se nos va un poco de vida y pasión. Vamos quedando cada
vez más caídos y débiles. Allí el yo lírico utiliza una comparación sin nexo
que afirma, con un ejemplo, lo que ellos significan. El pan, que es vida, que
es metáfora del alimento divino, no llega al hombre, queda en la puerta,
quemado, no cumple su propósito, porque esos golpes no permiten que el hombre
confíe plenamente en este pan. El pan, hermoso, a punto de salir para
alimentarnos, crocante y sabroso, se quema cuando se encuentra con el mundo.
Esta es la imagen de una profunda desolación. El mensaje de Dios puede ser
precioso pero no alimenta, no alcanza, cuando uno lo enfrenta al mundo, parece
querer decir el yo lírico. La justicia de Dios parece ser extraña para el hombre,
porque existen esos golpes inexplicables.
Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vividose empoza,
como charco de culpa, en la mirada.
En la última estrofa concluye en la desolación del hombre, este queda solo y
desamparado frente a todo lo que ha recibido, a todo lo que ha vivido, a todo
lo que sufrido. Por eso el yo lírico, haciendo nuevamente uso de la reticencia,
reitera la expresión “pobre”, porque nada es frente a estos golpes, nada es
frente a esa mano que se los prodiga y que ni siquiera sabe de dónde viene. Esa
misma mano es la que lo llama, comparación que utiliza para mostrar el
desconcierto humano, su impotencia. Alguien lo llama, alguien le avisa, pero
nunca se muestra qué o quién: son los heraldos negros. Y lo único que podemos
ver es la reacción del hombre, que está con sus ojos locos, de dolor, de
angustia, de desesperación, de no saber, de no entender.
Y otra vez todo “se empoza”, lo que se ha vivido, la angustia, el dolor, la
incomprensión, todo, no es más que culpa que se refleja en sus ojos. El hombre
siente culpa porque al no comprender, no sabe si lo vivido no es también
merecido. Esta nueva comparación con un “charco” hace pensar en lo que no
fluye, en el estancamiento, en lo que no puede renacer, porque no hay vida en
el agua estancada.
El poema termina con la misma afirmación del principio, que queda flotando en
el aire.
PARA EL ANÁLISIS DE LA ESTRUCTURA EXTERNA TENER EN CUENTA LO TRABAJADO EN CLASE, PUES DIFIERE A LO PLANTEADO POR LA PROFESORA PAOLA DE NIGRIS, EL RESTO DEL ANÁLISIS USARLO COMO GUÍA. LA PROFESORA ES EXCELENTE, USTEDES DEBEN SINTETIZAR.