Buscar este blog

martes, 17 de octubre de 2017

Selección de fragmentos: Las cartas que no llegaron


6° Derecho 2 Liceo Dr. Alfonso Espínola SEGUNDA SUMATIVA

SELECCIÓN DE FRAGMENTO DE “LAS CARTAS QUE NO LLEGARON” – MAURICIO ROSENCOF

“(…) Mi mamá, cuando habla, siempre te pregunta. «¿Por qué no comes?». «¿Eso se hace?». «¿Por qué no vienes?». Mi mamá dice que pregunta porque quiere saber. «¿Y por qué no voy a preguntar?», dice.
El cartero tiene un traje como los motorman del tranvía, pero el Fito y yo no le tiramos piedras. Él viene y se va. Nunca se queda. Y mi papá le dice: «¿No quiere una copita?». «Hoy no, don Isaac, ando un poco atrasado». Cuando toma una copita, entra al patio pero no se sienta. Se quita la gorra. Mi papá tiene muchas copitas, porque en una damajuana que tiene puso guindas y de allí salen cualquier cantidad de copitas. Mi papá le da copitas al cartero para que el cartero le traiga muchas cartas. Yo sé.
La damajuana de mi papá se quedó sin copitas y adentro quedaron cualquier cantidad de guindas. El Fito y yo las pinchamos con una aguja de tejer de mi mamá, y las sacamos de a una y a veces dos y una vez tres, para comerlas, y nos reímos y nos reímos, y mi hermano que grita y grita:
 «¡Mamá, mamá, están borrachos, están borrachos!»(...)”

“Vienen a contarnos. Con ellos, una hermosa rubia de uniforme, Grete. Se llama Grete y tiene dientes perfectos.
 Nos componemos lo mejor posible, bien erguidas. Estamos inquietas. Grete saca de las filas a algunas chicas y las hace parar aparte. Han sido separadas, ¿entiendes?, separadas por su delgadez y tristeza; y yo estoy muy flaca, Isaac, y tengo miedo.
Nos ordenan, a todas las demás, que tenemos que rodearlas para que no se escapen. Si alguna logra fugarse, irá todo el bloque y tengo miedo. Entonces hacemos una ronda, tomadas de la mano, caminando hacia uno y otro lado. Y estamos como idas, locas tal vez, en harapos, sucias, con los vestidos descuidados, deshechos, y todas rapadas, en esta danza de la que escapo, y me fugo hacia la placita de nuestra calle, donde tomadas de la mano con Irene y Sara y todas las chicas reíamos y reíamos sin saber de qué, hasta que fatigadas de risa, se detenía la rueda-rueda, como ahora, porque las vienen a llevar y tengo miedo (…)
Una noche, ¿sabes?, una muchacha de nuestra barraca empezó a dar gritos terribles mientras dormía; unos minutos después, todas estábamos gritando sin saber por qué. ¿Por qué?
Pienso que ese sonido lastimoso que, en ocasiones —sólo Dios sabe cómo— cruza los aires como un pájaro sin cuerpo, es una expresión reconcentrada del último vestigio de la dignidad humana.
Es la forma, tal vez la única, que tiene un hombre de dejar una huella, de decir a los demás cómo vivió y murió. Con sus gritos hace valer su derecho a la vida, envía un mensaje al mundo exterior pidiendo ayuda y exigiendo resistencia. Si ya no queda nada, uno debe gritar.
El silencio es el verdadero crimen de lesa humanidad. Y Ruth, «la que nos hace reír» (porque ella siempre dice algo que nos hace reír), dice que cuando gritamos teñemos que decir «gol». Que da lo mismo y no cuesta nada, y reírse un poquito del dolor hace al dolor un poco más pequeño. «¡Gooolll!». Así.
Cuando era pequeña, Isaac, me preguntaba dónde iban los sueños. Tú sueñas, y el sueño es como el agua. ¿Dónde va toda esa agua? ¿A los mares? Y luego, ¿serán nubes? Los sueños, entonces, regresan con las lluvias.
¿Y los gritos? Hoy me pregunto, los gritos, ¿dónde van? No pueden, no deben perderse. No es posible que se pierdan, no pueden deshacerse en la nada, no pueden morir en nada, morir para nada, para algo se han creado, para algo se han gritado, Isaac, el grito no muere, no puede morir. No muere. Nosotros sí que morimos, cada amanecer, en cada selección de Grete, en cada tren que llega. Pero nuestros gritos no, el grito no.
Quiera Dios que nuestros gritos se escondan bajo las almohadas de los que no saben, de los que saben y callan, de los que no quieren saber (…)”
“(…) Grete nos ha distribuido hoy un trozo de jabón. Te parecerá tonto, pero nos llenó de ilusión. Tal vez nos den más cosas, una papa, no sé. Calcetines. Siento la piel suave del jabón en mi mano y sonrío un poquito. Pienso en una ducha, agua caliente que corre y corre sobre tus hombros, toallas, ropa limpia. Grete se va. Tiene, a la vez, un andar marcial y femenino, elegante. Nos da un poquito de envidia.
Cuando aproximamos el jabón hasta nuestras narices para respirarlo, vemos la inscripción. El desconcierto es tan grande que nadie articula una palabra, ni aun un gemido. Solo lloramos, Isaac, suavecito, en silencio, porque todo lo que nos queda en este instante son las lágrimas, que ruedan lentas como un cortejo, incesantes, mientras enterramos el jabón murmurando «Kadisch» (...)

“(…) Y fue en el retorno al interminable territorio de dos por uno del calabozo, que comenzaron mis conversaciones con papá.
Acá los pensamientos rebotan. Las palabras pensadas, rebotan. Porque pronunciar, lo que se dice pronunciar, no dejan. Ni el grito, nada. En este territorio reina el silencio, infinito, tanto, que cuando se apagan las voces exteriores, ese toque de silencio —fíjate que para anunciar el silencio tienen que hacer ruido— cuando ese toque se produce —digo— uno acá, atento, puede percibir la actividad ruidosa de las arañas. Las arañas tejen, y uno percibe el chirriar de sus agujitas, y si por ahí les cae una mosca ni te imaginas el bochinche, la mosca se desgañita, el guardia le va a parar el carro, no ves que tocó a silencio, y ahí le cae ella, a la carga patas largas, hay que apurar la matanza que viene ganao por tierra, y le aplica el pentotal; cómo es que todavía no han sintetizado el pentotal arácnido como anestesia, no, se quedaron con la otra, esa especie de gas que te transporta en menos que contaste tres y que el laboratorio suizo o suizo-alemán o alemán te inocula, arácnidos de la medicina; y cuando la tiene bajo sus pies, Juanita —que así se llama— la succiona, absorbe, aspira, draculita del muro. Pues bien. Eso, todo eso, lo escucho. Tanto, que me desvela. Me desvela el tiempo del coginche, cuando la araña macho la pastorea recorriendo las paredes del calabozo, siempre por el mismo trillo, a una velocidad que, salvando las proporciones, ni Jesse Owens, hasta que ancla en el rincón de las arañas y ahí se miran, ella es más grande, grande, y se miran, se seducen hasta que atracan y cruje la cama. En el silencio mandan los ruidos. El tableteo de las patas del bichito de la humedad —que dos por tres masco—, sobre el hormigón del piso, es un redoble rítmico, delicado, ideal para fondo de bolero. Pero lo que más suena es uno. Los bronquios, suenan. El cuore suena. El roce de los vaqueros chirria; todas las noches, cada vez más, duermo con ellos, vivo con ellos, envejecen conmigo, y chirrian, cada vez más, se quejan. Y si hay mosquitos, ni te cuento. Porque a las hélices se une la amenaza, la concentración de uno para ver cuándo se apagan porque se posan, helicópteros, coleópteros, qué sé yo, y ahí aterrizan y el manotazo, que cuando cae bien ensangrenta y las ondas de la palmada rebotan, como rebota todo, acá es dos por uno, oferta, te la vendo, regalo, canjeo, rebota. Rebota todo, Viejo, y te escribo para adentro, te conmino a que aguantes, vos que en materia de aguante me podes dar curso, vos, Viejo, a vos te argumento lo que ya sabes y no precisas, y te lo reitero, exijo, explicito, digo, para vos, Viejo, para que sepas que estoy en vos, que estás acá, que te lo digo para vos y para mí, para mí, que necesito como vos lo que te digo. Y es tan violento todo, todo tan intenso, que llegué donde estabas y vos estuviste acá y dos por tres venías y sé que yo estoy ahí y yo te oí y vos me viste y nadie lo cree, nadie entiende, y yo lo cuento o no lo cuento, lo cuento poco, a alguno que otro y no me animo a escribirlo, porque van a pensar que es verso, fantasía, imaginación. Que crean lo que crean, vos y yo lo sabemos y chau.
 Basta (…)”

No hay comentarios:

Publicar un comentario