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viernes, 25 de mayo de 2018

Selección de cantos de La Divina Comedia

Grupo 5°H2 B Liceo N° 6 Francisco Bauzá


Infierno

Canto I

A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado

¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!

Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré,
de otras cosas diré que me ocurrieron.

Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera.

Mas cuando hube llegado al pie de un monte,
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado,

hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestía los rayos del planeta
que lleva recto por cualquier camino.

Entonces se calmó aquel miedo un poco,
que en el lago del alma había entrado
la noche que pasé con tanta angustia.

Y como quien con aliento anhelante,
ya salió del piélago a la orilla,
se vuelve y mira el agua peligrosa,

tal mi ánimo, huyendo todavía,
se volvió para mirar de nuevo el sitio
que a los que viven traspasar no deja.

Repuesto un poco el cuerpo fatigado,
seguí el camino por la yerma loma,
siempre afirmando el pie de más abajo.

Y vi, casi al principio de la cuesta,
una onza ligera y muy veloz,
que de una piel con pintas se cubría;

y de delante no se me apartaba,
mas de tal modo me cortaba el paso,
que muchas veces quise dar la vuelta.

Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par de las estrellas
que junto a él el gran amor divino

sus bellezas movió por vez primera;
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel manchada

la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
la imagen de un león que luego vi.

Me pareció que contra mí venía,
con la cabeza erguida y hambre fiera,
y hasta temerle parecía el aire.

Y una loba que todo el apetito
parecía cargar en su flaqueza,
que ha hecho vivir a muchos en desgracia.

Tantos pesares esta me produjo,
con el pavor que verla me causaba
que perdí la esperanza de la cumbre.

Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora:

tal la bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla.

Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo.

Cuando vi a aquel en ese gran desierto
<<Apiádate de mí - yo le grité -,
seas quien seas, sombra u hombre vivo>>

Me dijo: <<Hombre no soy, mas hombre fui,
y a mis padres dio cuna Lombardía
pues Mantua fue la patria de los dos.

Nací sub Julio César, aunque tarde,
y viví en Roma bajo el buen Augusto:
tiempo de falsos dioses mentirosos.

Poeta fui, y canté de aquel justo
hijo de Anquises que vino de Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada.

¿Por qué retornas a tan gran pena,
y no subes al monte deleitoso
que es principio y razón de toda dicha?>>

<<¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente
de quien mana tal río de elocuencia'
- respondí yo con frente avergonzada -.

Oh luz y honor de todos los poetas,
válgame el gran amor y el gran trabajo
que me han hecho estudiar tu gran volumen.

Eres tú mi modelo y mi maestro;
el único eres tú de quien tomé
el bello estilo que me ha dado honra.

Mira la bestia por la cual me he vuelto:
sabio famoso, de ella ponme a salvo,
pues hace que me tiemblen pulso y venas.>>

<<Es menester que sigas otra ruta
- me repuso después que vio mi llanto -,
si quieres irte del lugar salvaje;

pues esa bestia, que gritar te hace,
no deja a nadie andar por su camino,
mas tanto se lo impide que los mata;

y es su instinto tan cruel y tan malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún tiene.

Con muchos animales se amanceba,
y serán muchos más hasta que venga
el Lebrel que la hará morir con duelo.

Este no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor, sabiduría,
y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro.

Ha de salvar a aquella humilde Italia
por quien murió Camila, la doncella,
Turno, Euríalo y Niso con heridas.

Este la arrojará de pueblo en pueblo,
hasta que dé con ella en el abismo,
de que la hizo salir el Envidioso.

Por lo que, por tu bien, pienso y decido
que vengas tras de mí, y seré tu guía,
y he de llevarte por lugar eterno,

donde oirás el aullar desesperado,
verás, dolientes, las antiguas sombras,
gritando todas la segunda muerte;

y podrás ver aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventurados cualquier día;

y si ascender deseas junto a estas,
más digna que la mía allí hay un alma:
te dejaré con ella cuando marche;

que aquel Emperador que arriba reina,
puesto que yo a sus leyes fui rebelde,
no quiere que por mí a su reino subas.

En toda parte impera y allí rige;
allí está su ciudad y su alto trono.
¡Cuán feliz es quien él allí destina!>>

Yo contesté: <<Poeta, te requiero
por aquel Dios que tú no conociste,
para huir de este o de otro mal más grande,

que me lleves allí donde me has dicho,
y pueda ver la puerta de San Pedro
y aquellos infelices de que me hablas.>>
Entonces se echó a andar, y yo tras él. 

Canto III

POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO,
POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA.

LA JUSTICIA MOVIÓ  MI ALTO ARQUITECTO.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,
EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO.

ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA
SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA.

Estas palabras de color oscuro
vi escritas en lo alto de una puerta;
y yo: <<Maestro, es grave su sentido.>>

Y, cual persona cauta, él me repuso:
<<Debes aquí dejar todo recelo;
debes dar muerte aquí a tu cobardía.

Hemos llegado al sitio que te he dicho
en que verás las gentes doloridas,
que perdieron el bien del intelecto.>>

Luego tomó mi mano con la suya
con gesto alegre, que me confortó,
y en las cosas secretas me introdujo.

Allí suspiros, llantos y altos ayes
resonaban al aire sin estrellas,
y yo me eché a llorar al escucharlo.

Diversas lenguas, hórridas blasfemias,
palabras de dolor, acentos de ira,
roncos gritos al son de manotazos,

un tumulto formaban, el cual gira
siempre en el aire eternamente oscuro,
como arena al soplar el torbellino.

Con el terror ciñendo mi cabeza
dije: <<Maestro, qué es lo que yo escucho,
y quién son estos que el dolor abate?>>

Y él me repuso: <<Esta mísera suerte
tienen las tristes almas de esas gentes
que vivieron sin gloria y sin infamia.

Están mezcladas con el coro infame
de ángeles que no se rebelaron,
no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos.

Los echa el cielo, porque menos bello
no sea, y el infierno los rechaza,
pues podría dar gloria a los caídos.>>

Y yo: <<Maestro, ¿qué les pesa tanto
y provoca lamentos tan amargos?>>
Respondió: <<Brevemente he de decirlo.

No tienen estos de muerte esperanza,
y su vida obcecada es tan rastrera,
que envidiosos están de cualquier suerte.

Ya no tiene memoria el mundo de ellos,
compasión y justicia les desdeña;
de ellos no hablemos, sino mira y pasa.>>

Y entonces pude ver un estandarte,
que corría girando tan ligero,
que parecía indigno de reposo.

Y venía detrás tan larga fila
de gente, que creído nunca hubiera
que hubiese a tantos la muerte deshecho.

Y tras haber reconocido a alguno,
vi y conocí la sombra del que hizo
por cobardía aquella gran renuncia.

Al punto comprendí, y estuve cierto,
que esta era la secta de los reos
a Dios y a sus contrarios displacientes.

Los desgraciados, que nunca vivieron,
iban desnudos y azuzados siempre
de moscones y avispas que allí había.

Estos de sangre el rostro les bañaban,
que, mezclada con llanto, repugnantes
gusanos a sus pies la recogían.

Y luego que mirar me puse a otros,
vi gentes en la orilla de un gran río
y yo dije: <<Maestro, te suplico

que me digas quién son, y que designio
les hace tan ansiosos de cruzar
como discierno en la luz escasa.>>

Y él repuso: <<La cosa he de contarte
cuando hayamos parado nuestros pasos
en la triste ribera de Aqueronte.>>

Con los ojos ya bajos de vergüenza,
temiendo molestarle con preguntas
dejé de hablar hasta llegar al río.

Y he aquí que viene en bote hacia nosotros
un viejo cano de cabello antiguo,
gritando: <<¡Ay de vosotras, almas pravas!

No esperéis nunca contemplar el cielo;
vengo a llevaros hasta la otra orilla,
a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego.

Y tú que aquí te encuentra, alma viva,
aparta de estos otros ya difuntos.>>
Pero viendo que yo no me marchaba,

dijo: <<Por otra vía y otros puertos
a la playa has de ir, no por aquí;
más leve leño tendrá que llevarte.>>

Y el guía a él: <<Caronte, no te irrites;
así se quiere allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me preguntes.>>

Las peludas mejillas del barquero
del lívido pantano, cuyos ojos
rodeaban las llamas, se calmaron.

Mas las almas desnudas y contritas, 
cambiaron el color y rechinaban,
cuando escucharon las palabras crudas.

Blasfemaban de Dios y de sus padres,
del hombre, el sitio, el tiempo y la simiente
que los sembrara, y de su nacimiento.

Luego se recogieron todas juntas,
llorando fuerte en la orilla malvada
que aguarda a todos los que a Dios no temen.

Carón, demonio, con ojos de fuego, 
llamándolos a todos recogía;
da con el remo si alguno se atrasa.

Como en otoño se vuelan las hojas
unas tras otras, hasta que la rama
ve ya en la tierra todos sus despojos,

de este modo de Adán las malas siembras
se arrojan de la orilla de una en una,
a la señal, cual pájaro al reclamo.

Así se fueron por el agua oscura,
y aún antes de que hubieran descendido
ya un nuevo grupo se había formado.

<<Hijo mío - cortés dijo el maestro - 
los que en ira de Dios hallan la muerte
llegan aquí de todos los países:

y están ansiosos de cruzar el río,
pues la justicia santa les empuja,
y así el temor se transforma en deseo.

Aquí no cruza nunca un alma justa,
por lo cual se Carón de ti se enoja,
comprenderás qué cosa significa.>>

Y dicho esto, la región oscura
tembló con fuerza tal, que del espanto
la frente del sudor aún se me baña.

La tierra lagrimosa lanzó un viento
que hizo brillar un relámpago rojo
y, venciéndome todos los sentidos,
me caí como el hombre que se duerme.


Extraído de:
Alighieri, Dante. Divina Comedia. Ed. Cátedra. Madrid. 2006.









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