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jueves, 14 de agosto de 2014

ROMANCES


GRUPOS: 4°1, 4°2 Y 4°3.
Todos los Romances propuestos:

El Enamorado y la Muerte

Un sueño soñaba anoche,
sueñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
mucho más que nieve fría.
-¿Por dónde has entrado amor?
¿Cómo has entrado mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
-No soy el Amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
-¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
-Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.

Muy rápido se calzaba,
más rápido se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.

-¡Ábreme la puerta blanca,
ábreme la puerta niña!.
-¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es debida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
-Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la muerte me está buscando,
junto a tí vida sería.
-Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzara,
mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
-nos vamos enamorado,
que la hora ya está cumplida.


Romance de una fatal ocasión

Por aquellos prados verdes,
qué galana va la niña;
con su andar siega la yerba,
con los zapatos la trilla,
con el vuelo de la falda
a ambos lados la tendía.
El rocío de los campos
la daba por la rodilla;
arregazó su brial,
descubrió blanca camisa;
maldiciendo del rocío
y su gran descortesía,
miraba a un lado y a otro
por ver si a1guien la veía.
Bien la vía el caballero
que tanto la pretendía;
mucho andaba el de a caballo,
mucho más que anda la niña:
allá se la fue a alcanzar
al pie de una verde oliva,
¡amargo que lleva el fruto,
amargo para la linda!
—¿Adónde por estos prados
camina sola mi vida?
—No me puedo detener,
que voy a la santa ermita.
—Tiempo es de hablarte, la blanca,
escúchesme aquí, la linda.
Abrazóla por sentarla
al pie de la verde oliva;
dieron vuelta sobre vuelta,
derribarla no podía.
Entre las vueltas que daban
la niña el puñal le quita,
metiéraselo en el pecho,
a la espalda le salía.
Entre el hervor de la sangre
el caballero decía:
—Perdime por tu hermosura;
perdóname, blanca niña.
No te alabes en tu tierra
ni te alabes en la mía
que mataste un caballero
con las armas que traía.
—No alabarme, caballero,
decirlo, bien me sería;
donde no encontrase gentes
a las aves lo diría.
Mas con mis ojos morenos,
¡Dios, cuánto te lloraría!
Puso el muerto en el caballo,
camina la sierra arriba;
encontró al santo ermitaño
a la puerta de la ermita:
—Entiérrame este cadáver
por Dios y Santa María.
—Si lo trajeras con honra
tú enterrarlo aquí podrías.
—Yo con honra sí lo traigo,
con honra y sin alegría.
Con el su puñal dorado
la sepultura le hacía;
con las sus manos tan blancas
de tierra el cuerpo cubría,
con lágrimas de sus ojos
le echaba el agua bendita.

Romance del Prisionero

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados,
van a servir al amor;
sino yo,triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuando es de día
ni cuando las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.


La Doncella Guerrera

- Pregonadas son las guerras
de Francia para Aragón,
¡Cómo las haré yo, triste, 
viejo y cano, pecador!
¡No reventaras, condesa,
por medio del corazón,
que me diste siete hijas,
y entre ellas ningún varón!
Allí habló la más chiquita,
en razones la mayor:
-No maldigáis a mi madre,
que a la guerra me iré yo;
me daréis las vuestras armas,
vuestro caballo trotón.
-Conocerante en los pechos, 
que asoman bajo el jubón.
-Yo los apretaré, padre, 
al par de mi corazón.
-Tienes las manos muy blancas,
hija no son de varón.
-Yo les quitaré los guantes
para que las queme el sol.
-Conocerante en los ojos, 
que otros más lindos no son.
-Yo los revolveré, padre,
como si fuera un traidor.
Al despedirse de todos, 
se le olvida lo mejor:
-¿Cómo me he de llamar, padre?
-Don Martín el de Aragón.
-Y para entrar en las cortes,
padre ¿cómo diré yo?
-Bésoos la mano, buen rey,
las cortes las guarde Dios.
Dos años anduvo en guerra
y nadie la conoció
si no fue el hijo del rey
que en sus ojos se prendó.
-Herido vengo, mi madre,
de amores me muero yo;
los ojos de Don Martín son de mujer,
de hombre no.
-Convídalo tú, mi hijo,
a las tiendas a feriar,
si Don Martín es mujer,
las galas ha de mirar.
Don Martín como discreto,
a mirar las armas va:
-¡Qué rico puñal es éste,
para con moros pelear!
-Herido vengo, mi madre,
amores me han de matar,
los ojos de Don Martín
roban el alma al mirar.
-Llevaráslo tú, hijo mío,
a la huerta a solazar;
si Don Martín es mujer,
a los almendros irá.
Don Martín deja las flores,
un vara va a cortar:
-¡Oh, qué varita de fresno
para el caballo arrear!
-Hijo, arrójale al regazo
tus anillas al jugar:
si Don Martín es varón,
las rodillas juntará;
pero si las separase,
por mujer se mostrará.
Don Martín muy avisado,
hubiéralas de juntar.
-Herido vengo, mi madre,
amores me han de matar;
los ojos de Don Martín
nunca los puedo olvidar.
-Convídalo tú, mi hijo,
en los baños a nadar.
Todos se están desnudando;
Don Martín muy triste está:
-Cartas me fueron venidas,
cartas de grande pesar,
que se halla el Conde mi padre
enfermo para finar.
Licencia le pido al rey
para irle a visitar.
-Don Martín, esta licencia
no te la quiero estorbar.
Ensilla el caballo blanco,
de un salto en él va a montar;
por unas vegas arriba
corre como un gavilán:
-Adiós, adiós, el buen rey,
y tu palacio real;
que dos años te sirvió
una doncella leal!
Óyela el hijo del rey,
trás ella va a cabalgar.
-Corre, corre, hijo del rey
que no me habrás de alcanzar
hasta en casa de mi padre,
si quieres irme a buscar.
Campanitas de mi iglesia,
ya os oigo repicar;
puentecito, puentecito
del río de mi lugar,
una vez te pasé virgen,
virgen te vuelvo a pasar.
Abra las puertas, mi padre,
ábralas de par en par.
Madre, sáqueme la rueca
que traigo ganas de hilar,
que las armas y el caballo
bien los supe manejar.
Tras ella el hijo del rey
a la puerta fue a llamar. 

 El infante Arnaldos

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!

Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de seda,
la ejarcia de oro torzal,
tablas de fino coral.

Marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar,
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.
Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
-"Por tu vida el marinero
dígasme ora ese cantar."
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
-"Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va."

Romance de Don Tristán de Leonís y de la reina Iseo 
que tanto amor se guardaron

Herido está don Tristán
de una muy mala lanzada,
diérasela el rey su tío
por celos que de él cataba;
diósela desde una torre
con una lanza herbolada:
el hierro tiene en el cuerpo,
de fuera le tiembla el asta.
Mal se queja don Tristán, 
que la muerte le aquejaba;
preguntando por Iseo,
muy tristemente lloraba:
"¿Qué es de ti, la mi señora?
Mala sea tu tardanza,
que si mis ojos te viesen,
sanaría esta mi llaga."
Llegó allí la reina Iseo,
la su linda enamorada,
cubierta de paños negros,
sin del rey dársele nada:
"¡Quién vos hirió, don Tristán,
heridas tenga de rabia,
y que no hallase maestro
que supiese de sanallas!"
Júntase boca con boca,
juntos quieren dar el alma;
llora el uno, llora el otro,
la tierra toda se baña;
allí donde los entierran
nace una azucena blanca


Romance del veneno de Moriana
 
Madrugaba don Alonso
a poco del sol salido;
convidando va a su boda
a los parientes y amigos;
a la puerta de Moriana
sofrenaba su rocino:
-Buenos días, Moriana.
-Don Alonso, bien venido.
-Vengo a brindarte, Moriana,
para mi boda el domingo.
-Esas bodas, don Alonso,
debieran de ser conmigo;
pero ya que no lo sean,
igual el convite estimo,
y en prueba de la amistad
beberás del fresco vino,
en que solías beber
dentro mi cuarto florido.
Moriana, muy ligera
en su cuarto se ha metido;
tres onzas de solimán
con el acero ha molido,
de la víbora los ojos,
sangre de un alacrán vivo:
-Bebe, bebe, don Alonso,
bebe de este fresco vino.
-Bebe primero, Moriana,
que así está puesto en estilo.
Levantó el vaso Moriana,
lo puso en sus labios finos;
los dientes tiene menudos,
gota adentro no ha vertido.
Don Alonso, como es mozo,
maldita gota ha perdido.
-¿Qué me diste, Moriana,
qué me diste en este vino?
¡Las riendas tengo en la mano
y no veo a mi rocino!
-Vuelve a casa, don Alonso,
que el día ya va corrido
y se celará tu esposa
si quedas acá conmigo.
-¿Qué me diste, Moriana,
que pierdo todo el sentido?
¡Sáname de este veneno,
yo me he de casar contigo!
-No puede ser, don Alonso,
que el corazón te ha partido.
-¡Desdichada de mi madre
que ya no me verá vivo!
-Más desdichada la mía
desque te hube conocido.

La amiga de Bernal Francés

-Sola me estoy en mi cama
namorando mi cojín;
¿quién será ese caballero
que a mi puerta dice: «Abrid,,?
-Soy Bemal Francés, señora,
el que te suele servir
de noche para la cama,
de día para el jardín.-
            
Alzó sábanas de holanda,
cubrióse de un mantellín;
tomó candil de oro en mano
y a la puerta bajó a abrir.
Al entreabrir de la puerta
él dio un soplo en el candil.
            
-¡Válgame Nuestra Señora,
válgame el señor San Gil!
Quien apagó mi candela
puede apagar mi vivir.
-No te espantes, Catalina,
ni me quieras descubrir,
que a un hombre he muerto en la calle,
la justicia va tras mí.-
            
Le ha cogido de la mano
y le ha entrado al camarín;
sentóle en silla de plata
con respaldo de marfil;
bañóle todo su cuerpo
con agua de toronjil;
hízole cama de rosa,
cabecera de alhelí.
            
-¿Qué tienes, Bernal Francés,
que estás triste a par de mí?
¿Tienes miedo a la justicia?
No entrará aquí el alguacil.
¿Tienes miedo a mis criados?
Están al mejor dormir.
-No temo yo a la justicia,
que la busco para mí,
ni menos temo criados
que duermen su buen dormir.
-¿Qué tienes, Bernal Francés?
jNo solías ser así!
Otro amor dejaste en Francia
o te han dicho mal de mí.
-No dejo amores en Francia,
que otro amor nunca serví.
-Si temes a mi marido,
muy lejos está de aquí.
-Lo muy lejos se hace cerca
para quien quiere venir,
y tu marido, señora,
lo tienes a par de ti.
Por regalo de mi vuelta
te he dar rico vestir,
vestido de fina grana
forrado de carmesí,
y gargantilla encarnada
como en damas nunca vi;-
gargantilla de mi espada,
que tu cuello va a ceñir.
Nuevas irán al Francés
que arrastre luto por ti.
 
 
Amor más poderoso que la muerte
 
 
Conde Niño por amores
es niño y pasó a la mar;
va a dar agua a su caballo
la mañana de San Juan.
Mientras el caballo bebe
él canta dulce cantar;
todas las aves del cielo
se paraban a escuchar,
caminante que camina
olvida su caminar,
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá.
La reina estaba labrando,
la hija durmiendo está:
-Levantaos, Albaniña,
de vuestro dulce folgar,
sentiréis cantar hermoso
la sirenita del mar.
-No es la sirenita, madre,
la de tan bello cantar,
sino es el Conde Niño
que por mí quiere finar.
¡Quién le pudiese valer
en su tan triste penar!
-Si por tus amores pena,
¡oh, malhaya su cantar!
y porque nunca los goce
yo le mandaré matar.
-Si le manda matar, madre,
juntos nos han de enterrar.
Él murió a la medianoche,
ella a los gallos cantar;
a ella como hija de reyes
la entierran en el altar,
a él como hijo de condes
unos pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro
los dos se van a juntar;
las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan,
y las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar.
La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella nació una garza,
de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo,
  juntos vuelan par a par.   
 
De cómo el Cid fue al palacio del rey la primera vez
 
   Cabalga Diego Laínez
al buen rey besar la mano,
consigo se los llevaba
los trescientos hijosdalgo;
entre ellos iba Rodrigo,
el soberbio castellano.
Todos cabalgan a mula,
sólo Rodrigo a caballo;
todos visten oro y seda,
Rodrigo va bien armado;
todos guantes olorosos,
Rodrigo guante mallado;
todos con sendas varicas,
Rodrigo estoque dorado;
todos sombreros muy ricos,
Rodrigo casco afinado,
y encima del casco lleva
un bonete colorado.
Andando por su camino,
unos con otros hablando,
allegados son a Burgos,
con el rey han encontrado.
   Los que vienen con el rey
entre sí van razonando;
unos lo dicen de quedo,
otros lo van publicando:
—Aquí viene entre esta gente
quien mató al conde Lozano.
Como lo oyera Rodrigo,
en hito los ha mirado:
—Si hay alguno entre vosotros,
su pariente o adeudado,
que le pese de su muerte,
salga luego a demandallo;
yo se lo defenderé,
quiera a pie, quiera a caballo.
Todos dicen para sí:
"Que te lo demande el diablo".
   Se apean los de Vivar
para al rey besar la mano;
Rodrigo se quedó solo
encima de su caballo.
Entonces habló su padre,
bien oiréis lo que le ha hablado:
—Apeaos vos, mi hijo,
besaréis al rey la mano,
porque él es vuestro señor,
vos, hijo, sois su vasallo.
—Si otro me dijera eso,
ya me lo hubiera pagado,
mas por mandarlo vos, padre,
lo haré, aunque no de buen grado.
   Ya se apeaba Rodrigo
para al rey besar la mano;
al hincar de la rodilla
el estoque se ha arrancado.
Espantóse de esto el rey
y dijo como turbado:
—¡Quítate, Rodrigo, allá,
quita, quítate allá, diablo,
que el gesto tienes de hombre
los hechos de león bravo!
Como Rodrigo esto oyó,
apriesa pide el caballo;
con una voz alterada,
contra el rey así ha hablado:
—Por besar mano de rey
no me tengo por honrado;
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
   En diciendo estas palabras,
salido se ha del palacio;
consigo se los tornaba
los trescientos hijosdalgo.
Si bien vinieron vestidos,
volvieron mejor armados,
y si vinieron en mulas,
todos vuelven a caballo.
 
La Infantina Encantada
 
 A cazar va el caballero, 
a cazar como solía,
los perros lleva cansados, 
el halcón perdido había:
andando, se le hizo noche 
en una oscura montiña.
Sentárase al pie de un roble,
el más alto que allí había:
el troncón tenía de oro, 
las ramas de plata fina;
levantando más los ojos, 
vio cosa de maravilla:
en la más altita rama 
viera estar una infantina;
cabellos de su cabeza 
con peine de oro partía,  y del lado que los parte, 
toda la rama cubrían; 
la luz de sus claros ojos 
todo el monte esclarecía.
-No te espantes, caballero, 
ni tengas tamaña grima;
hija soy yo del gran rey 
de la reina de Hungría; 
hadáronme siete hadas 
en brazos de mi madrina;
que quedase por siete años 
hadada en esta montiña.
Hoy hace los siete años, 
mañana se cumple el día;
espéresme, caballero, 
llévesme en tu compañía.
-Esperéisme vos, señora, 
hasta mañana, ese día;
madre vieja tengo en casa, 
buen consejo me daría.
La niña le despidiera 
de enojo y malenconía:
-¡Oh, mal haya el caballero 
que al encanto no servía;
vase a tomar buen consejo, 
y deja sola la niña!
Ya volvía el caballero, 
muy buen consejo traía;
busca la montiña toda, 
ni halló roble. ni halló niña;
va corriendo, va llamando, 
la niña no respondía.
Tendió los ojos al lejos, 
vio tan gran caballería;
duques, condes y señores 
por aquellos campos iban;
llevaban la linda infanta, 
que era ya cumplido el día.
El triste del caballero 
por muerto en tierra caía.
y desque en sí hubo tornado, 
mano a la espada metía:
"Quien pierde lo que yo pierdo, 
¿qué pena no merecía?
¡Yo haré justicia en mí mismo, 
 aquí acabará mi vida!"
 
La Conquista de Alhama
 
Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarrambla.
—¡Ay de mi Alhama!
Cartas le fueron venidas
como Alhama era ganada;
las cartas echó en el fuego
y al mensajero matara.
—¡Ay de mi Alhama!
Descabalga de una mula
y en un caballo cabalga,
por el Zacatín arriba
subido se había al Alhambra.
—¡Ay de mi Alhama!
Como en el Alhambra estuvo,
al mismo punto mandaba
que se toquen sus trompetas,
sus añafiles de plata.
—¡Ay de mi Alhama!
Y que las cajas de guerra
apriesa toquen al arma,
porque lo oigan sus moros,
los de la Vega y Granada.
—¡Ay de mi Albama!
Los moros, que el son oyeron
que al sangriento Marte llama,
uno a uno y dos a dos
juntado se ha gran batalla.
—¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un moro viejo,
de esta manera hablara:
-¿Para qué nos llamas, rey,
para qué es esta llamada?
—¡Ay de mi Alhama!
—Habéis de saber, amigos,
una nueva desdichada,
que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama.
—¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un a1faquí
de barba crecida y cana:
—Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara.
—¡Ay de mi Alhama!
Mataste los Bencerrajes,
que eran la flor de Granada;
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
—¡Ay de mi Alhama!
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino
y aquí se acabe Granada.
—¡Ay de mi Alhama!
 
 
La muerte de don Beltrán
 
Con la grande plovareda
perdieron a don Beltrán
y nunca lo echaron menos
hasta los muertos pasar.
Siete veces echan suertes
quién lo volverá a buscar,
todas siete le cupieron
al buen viejo de su padre:
las tres le caben por suerte
y las cuatro por maldad:
- Que me toque o no me toque,
yo a mi hijo he de vengar.
Vuelve riendas al caballo
para haberlo de buscar.
Por la matanza va el viejo,
por la matanza adelante;
los brazos lleva cansados
de los muertos rodear;
vido a todos los franceses
y no vido a don Beltrán.
A la bajada de un prado,
asomando a un arenal,
vido estar, en esto, un moro
que velaba en un adarve;
hablóle en algarabía,
como aquel que bien la sabe:
- ¿Caballeros de armas blancas
si lo viste acá pasar?
Si lo tienes preso, moro,
a oro te lo pesarán;
y si tú lo tienes muerto,
désmelo para enterrar,
porque el cuerpo sin el alma
muy poco dinero vale.
- Ese caballero, amigo,
dime tú qué señas ha.
- Armas blancas son las suyas,
y el caballo es alazán,
y en su carrillo derecho
él tenía una señal
que siendo niño pequeño
se la hizo un gavilán.
- Ese caballero, amigo,
muerto está en aquel pradal,
dentro del agua los pies
y el cuerpo en el arenal;
siete lanzadas tenía
desde el hombro al carcañal,
y otras tantas su caballo
desde la cincha al pretal.


Abenámar y el rey don Juan

—¡Abenámar, Abenámar,
 moro de la morería,
el día que tú naciste

grandes señales había!
Estaba la mar en calma,

la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace

no debe decir mentira.
—No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,
—Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?

¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,

labrados a maravilla.
El moro que los labraba

cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,

otras tantas se perdía;
desque los tuvo labrados,
el rey le quitó la vida
porque no labre otros tales
al rey del Andalucía.
El otro es Torres Bermejas,
castillo de gran valía;
el otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
Allí hablara el rey don Juan,

bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada, 

contigo me casaría;
daréte en arras y dote

a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan,

casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene

muy grande bien me quería.
Hablara allí el rey don Juan,
estas palabras decía:
_Échenme acá mis lombardas
doña Sancha y doña Elvira;
tiraremos a lo alto,
lo bajo ello se daría.
El combate era tan fuerte
que grande temor ponía.

Gerineldo y la Infanta 

 -Gerineldo, Gerineldo,
paje del rey más querido,
quién te tuviera esta noche
 en mi jardín florecido.
Válgame Dios Gerineldo,
cuerpo que tienes tan lindo.
 -Como soy vuestro criado,
señora, burláis conmigo.
-No me burlo, Gerineldo,
que de verdad te lo digo.
-¿Y cuándo señora mía,
compliréis lo prometido?
-Entre las doce y la una,
que el rey estará dormido.
Media noche ya es pasada
Gerineldo no ha venido
"¡Oh malhaya, Gerineldo,
quien amor puso contigo!"
- Abráisme, la mi señora,
abráisme cuerpo garrido.
-¿Quién a mi estancia se atreve,
quién llama así a mi postigo?
-No os turbéis, señora mía,
que soy vuestro dulce amigo,
Tomáralo por la mano
y en el lecho lo ha metido,
entre juegos y deleites,
la noche se les ha ido
y allá hacia el amanecer
los dos se duermen vencidos.
Despertado había el rey
de un sueño despavorido
"O me roban al infanta
o traicionan el castillo."
Aprisa llama a su paje
pidiéndole los vestidos:
Gerineldo, Gerineldo,
el mi paje más querido.
Tres veces le había llamado,
ninguna le ha respondido.
Puso la espada en la cinta,
adonde la infanta ha ido;
vio a su hija y vio a su paje
como mujer y marido
-¿Mataré yo a Gerineldo,
a quien crié desde niño?
Pues si matare a la infanta,
mi reino queda perdido!.
Pondré mi espada por medio,
 que me sirva de testigo"
Y salióse hacia el jardín,
sin ser de nadie sentido.
Rebullíase la infanta
tres horas ya el sol salido;
con el frío de la espada
la dama se ha estremecido.
-Levántate, Gerineldo,
levántate, dueño mío,
la espada del rey mi padre
entre los dos ha dormido».
-«¿Y adónde iré, mi señora,
que del rey no sea visto?
Vete por ese jardín
cogiendo rosas y lirios;
pesares que te vinieren
yo los partiré contigo.
-«¿Dónde vienes, Gerineldo,
tan mustio y descolorido?
-Vengo del jardín, buen rey,
por ver cómo ha florecido;
la fragancia de una rosa
la color me ha devaído
-De esa rosa que has cortado
mi espada será testigo.
-Matadme, señor, matadme,
bien lo tengo merecido.
Ellos en estas razones,
la infanta a su padre vino:
-Rey y señor, no le mates,
mas dámelo por marido.
O si lo quieres matar
la muerte será conmigo.

Extraído de:
Menéndez Pidal, Ramón. Flor Nueva de Romances Viejos. Colección Austral 

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