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domingo, 28 de mayo de 2017

Vanguardias


Grupo 6° Derecho 1 Liceo N° 1 Dr. Alfonso Espínola

VANGUARDIA
El término vanguardia empieza a ser aplicado al terreno literario en Francia hacia finales del siglo XIX, por asimilación con la vanguardia política, luego, la utilización de esta metáfora por parte de la crítica se restringirá a las llamadas vanguardias históricas, cuyo punto de arranque es situado, por la mayoría de autores en la aparición del primer manifiesto del futurismo en 1909, y a las neovanguardias posteriores a la II Guerra Mundial. Se produce un estrechamiento del campo semántico del término, que pasa de ser aplicado a todo aquel autor cuya obra suponga un avance literario, a unos grupos con un comportamiento (de ruptura) muy codificado.
El vocablo vanguardia proviene del término “avantgarde”, acuñado del ámbito militar, donde significa la parte de un ejército, o de una fuerza desplegada, que avanza en la parte delantera, o por delante del cuerpo principal, por tanto se mantiene más cerca del enemigo y por ello se arriesga más. Trasladado el concepto a la literatura refiere a los escritores que se adelantan en el tiempo para asegurar la progresión del arte...
CARACTERIZACIÓN GENERAL DE LA VANGUARDIA
A pesar de su variedad de planteamientos y manifestaciones, los ismos de principio de siglo comparten una serie de rasgos que permiten hablar de la vanguardia como un fenómeno con cierta homogeneidad.
La vanguardia es, ante todo, un movimiento de ruptura, de rechazo radical de la tradición, del pasado y de las instituciones de las que ella misma surge (en este caso, la literaria). Esta ruptura se produce de un modo violento: se insulta a los miembros de corrientes anteriores, se descalifica el uso de una forma determinada y en alguna ocasión se puede llegar incluso a la agresión física. Esta violencia se refleja también en el tratamiento del material plástico o literario.
La otra cara de este rechazo total y sin paliativos del pasado, de esta voluntad de hacer tabula rasa con la herencia de una tradición literaria y artística de siglos. Los vanguardistas pretenden devolverle al arte un estado de pureza y de frescor propios de la creación primitiva. A través de la destrucción sistemática de todo rasgo de convención en el lenguaje, en la expresión plástica y en la musical. Un fenómeno emparentado con el primitivismo es la valoración de lo irracional, de lo místico e incluso del ocultismo. Los distintos grupos de vanguardia se sienten atraídos por formas de discurso marginales, perseguidas por el discurso dominante de la racionalidad y el orden contra el que se rebelan.
Otro de los rasgos distintivos de la vanguardia es su carácter crítico. La actividad artística por si sola ya no basta, tiene que ir acompañada por una reflexión teórica que puede tomar forma de manifiesto, de comentarios, o declaraciones impresas en catálogos de exposiciones, porque la obra de vanguardia rompe de tal modo las expectativas del receptor, que este necesita de ayuda para enfrentarse a ella. Y una de las maneras de legitimar el propio discurso teórico, es el empleo de manifiestos.
La vanguardia es un proyecto totalizante: no se limita a tratar de cambiar un aspecto determinado de la producción artística, sino que aspira a revolucionar por completo la vida y la creación.
El artista ocupa una posición completamente nueva en la sociedad. Por un lado, pierde la distancia frente a la masa, y por otro se convierte en una especie de guía, se sitúa a sí mismo en la punta de un movimiento destinado a transformar la realidad. El artista de vanguardia busca el contacto directo con el público, la provocación cara a cara, que lo hace foco de las reacciones, frecuentemente airadas, de los espectadores. Es un rostro identificable, se responsabiliza, por así decirlo, de su propia revuelta mediante su presencia física y exhibe su subjetividad ofreciéndose a sí mismo en espectáculo. Además de a través de actos públicos, tanto organizados (en teatros o cabarets, anunciados a través de la prensa, con venta de entradas), como espontáneos o subversivos, la vanguardia se sirve para su difusión de pequeñas revistas, octavillas, carteles, notas de prensa, por oposición a los medios de difusión “pesados” de la literatura tradicional: libros, revistas de gran tirada, prensa establecida.
La vanguardia aspira indudable a llegar a las masas, como lo demuestran actos públicos como la pegada de carteles, o el famoso lanzado de octavillas futuristas desde la torre del reloj de Venencia el 8 de julio de 1910. Sin embargo, lo cierto es que su recepción se limita a círculos cultos y de clase alta, que son los principales suscriptores de revistas de vanguardia y compradores de piezas de arte o asistentes a conciertos o soirées.
RUPTURA Y DINAMISMO
Todo grupo que se reclama de vanguardia aspira a la transformación violenta del contexto en el que surge, aunque esta violencia sea, al menos en el caso de las vanguardias artísticas, en gran medida simbólica. La vanguardia se define casi más que por los cambios que propugna, por su carácter negativo, por aquello a lo que se opone, contra lo que se declara. La única cualidad artística reconocida universalmente por los grupos de vanguardia es la rebelión, el inconformismo, para ellos no puede haber arte si no es en la subversión de los códigos literarios, musicales o plásticos establecidos. Renato Poggioli sitúa el origen de la vanguardia en la sustitución del ideal de lo bello imperante en el arte tradicional por la categoría de lo nuevo. Esta aspiración a producir una obra original, que introduzca elementos previamente inexistentes en la creación literaria, está presente en toda la historia de la literatura. La vanguardia estriba en el carácter total de esta ruptura, de esta negación, se opone al pasado literario en su totalidad, aspira a una revolución radical de los modos de producción artística y, en los casos más extremos, incluso a una reinvención del material de la producción literaria, la lengua.
La vanguardia exige materiales nuevos, nunca antes utilizados. Cada vanguardia se sitúa a sí misma en el inicio de una nueva era en el acto mismo de declarar caduca y estéril toda la creación anterior a ella misma. El problema que plantea esta ruptura tan radical es su continuidad, el hecho de que se ve negada por el advenimiento de nuevas vanguardias que a su vez pretenden superarla y la desplazan en el status de momento inaugural. Esta fuga permanente de la vanguardia, esta sucesión vertiginosa de movimientos que se niegan sucesivamente, determina el carácter dinámico de la vanguardia. El grupo que se estabiliza, que alcanza el poder simbólico, es desafiado por otro que funda su legitimidad tanto de la propia marginalidad como del supuesto compromiso del grupo al que pretende desplazar con el poder. Esta aceleración lleva a la autodestrucción de la vanguardia: llega un momento que ya no es posible superar la provocación. Algunos críticos consideran que al verdadero objetivo de la provocación y la rebeldía de la vanguardia: las instituciones literaria y artística, sus ritos y la distancia que imponen entre la vida y la creación.
La vanguardia se opone tanto a la autonomía del hecho artístico (y por lo tanto del literario) como a su falta de implicación social, a la falta de incidencia del arte en la vida cotidiana y pretende convertirlo en acción, devolverle su carácter utilitario en una sociedad renovada.
Bourdieu hable en ocasiones de una “avantgarde intellectuelle et artistique”, hace uso de una acepción amplia del término, que se refiere a todo aquel arte que se destaca de la producción de masas por su exigencia formal y se sustrae a la instrumentalización por parte del poder, en Bourdieu la autonomía sirve para diferenciar dos modos simultáneos de producción artística: el arte por el arte y el arte supeditado al gusto de la masa y transmisor de ideología.
La misma vanguardia pone, de un modo inconsciente, en manos de la institución cultural una herramienta para su asimilación: su propio discurso teórico, materializado con frecuencia en forma de manifiestos.
FUNCIÓN DEL GRUPO EN LA VANGUARDIA
Otro de los aspectos fundamentales de la vanguardia es su carácter colectivo. La aspiración a una creación colectiva y la negación del carácter individual del arte son rasgos específicos de las vanguardias de comienzos del siglo XX. La pertenencia al grupo permite al artista por un lado dar mayor proyección a su mensaje y por otro reduce su responsabilidad frente a la masa: lo que dice no lo dice en tanto que creador individual, sino como miembro de un movimiento cuyo credo comparte y que es el auténtico depositario de la responsabilidad colectiva. Al mismo tiempo, la pertenencia a un grupo simplifica la toma de decisiones estéticas: todo ismo está en posesión de un credo, de unas directrices, con frecuencia hechas públicas en forma de manifiesto, que sirven de guía a aquellos que se identifican con él, y que por lo general no sólo abarcan el terreno de la creación artística sino variados aspectos de la vida, incluso la indumentaria.
La existencia de un credo común implica también una cierta disciplina, aunque esta no haya sido llevada con idéntico rigor por las distintas agrupaciones. Otro rasgo importante de los movimientos de vanguardia es su “cohesión emocional”, su carácter de comunidad tanto artística como vital. El grupo también protege a sus miembros de las convenciones sociales que les rodean, creando un espacio cerrado en el que vivir de acuerdo con las propias inclinaciones sin preocuparse del qué dirán. Adquiere el carácter de una sociedad secreta subversiva. Se crea pues una sociedad en miniatura, enfrentada a la Sociedad con mayúsculas, a la que se pretende transformar y, que en su conjunto, rechaza al grupo de vanguardia. Este carácter colectivo, y en particular el carácter colectivo de la creación, resulta, de nuevo, extraña. La concepción tradicional se ve negada por modalidades de creación tan típicas de la vanguardia como el cadavre exquis, en el que un texto es compuesto por varias personas que van escribiendo por orden unidades sintácticas, ignorando lo que la persona anterior ha escrito en un papel plegado. El resultado es un texto, que si bien respeta las normas sintácticas (con antelación se decide quien aportará el sujeto, el verbo, los complementos), tiene un sentido con frecuencia sorprendente, al margen de toda lógica.
La fugacidad ha sido una de las principales características de los grupos de vanguardia, una posible explicación de esta esta cualidad quizás sea el carácter individualista de sus miembros, que no soportarían durante demasiado tiempo verse sometidos a la disciplina de un colectivo. Otro factor a tener en cuenta es el fuerte desgaste emocional y físico que supone la pertenencia a un movimiento de vanguardia. Las frecuentes acciones, que en su mayoría tienen lugar frente a un público hostil, cuando no violento, y la convivencia constante con un número reducido de personas, se prestan a los roces, al surgimiento de rivalidades y antipatías, además del simple cansancio, que puede ser motivo suficiente para la desintegración de un grupo. Además, la provocación no se puede prolongar hasta el infinito, el escándalo pierde fuerza cuando es repetido y llega un momento en el que se hace difícil encontrar nuevas ideas con las que sorprenderse a sí mismo y a los demás.




RELACIÓN CON EL PÚBLICO
Así como la producción de vanguardia tiene un claro carácter colectivo, también su recepción lo es en mayor medida que en la literatura tradicional. Se busca la confrontación directa con el público, la provocación. El marco elegido para la provocación dista mucho de los ya consagrados por la tradición para la recepción masiva: el teatro, la ópera o el concierto. El café, el cabaret, son elegidos por su aura marginal y porque permiten una comunicación con el público menos codificada. En una fase avanzada se llegará a conquistar el espacio colectivo por excelencia, la calle, pretendiendo afirmar la destrucción efectiva de las barreras entre el arte y la vida cotidiana: ya no se admite la existencia de lugares consagrados a la celebración del rito del arte, cualquier lugar y cualquier momento son apropiados para llevar a cabo lo que se considera una faceta como cualquier otra de la vida diaria. También el público potencialmente receptor del arte ha cambiado. Con la alfabetización y el acceso al ocio de las clases populares, se transforma el perfil del consumidor de cultura: de un grupo reducido de personas muy cultivadas de clase alta se pasa por primera vez en la historia a un público de masas, que impone sus propios gustos y su necesidad de entretenimiento. Aunque la vanguardia aspire a alcanzar a ese público, es cierto que el seguimiento exhaustivo de las actividades de la vanguardia se limitó en gran medida a un público minoritario, culto y con frecuencia excéntrico.
Peter Bürger establece el shock como el momento primordial del contacto de los grupos de vanguardia con su público. El objetivo principal de sus acciones es la decepción de las expectativas del espectador, la ruptura de tabúes y de los hábitos impuestos por la institución literaria, para conseguir que este se haga consciente del carácter convencional de las normas de comportamiento social y adopte una actitud crítica imprescindible para la transformación de la realidad. Pero la efectividad de este método de acción es dudosa: por un lado, es difícil controlar el sentido de la reacción del público. Con frecuencia el shock no lleva al deseado replanteamiento de las circunstancias vitales y sociales del espectador. Y por otro, como hemos visto, la provocación repetida se agota, una vez que se viola un tabú, este no puede volver a ser objeto de transgresión. Los grupos de vanguardia acaban creando en el público una especie de expectativa del escándalo. Los espectadores saben, gracias a experiencias propias o a informaciones de la prensa, lo que les espera, y acuden, por ejemplo, a las veladas futuristas, no en una actitud receptiva, sino con la cesta llena de huevos podridos y legumbres susceptibles de ser convertidas en proyectiles. La eliminación de la dualidad vida/arte se refleja en la invitación al público a que él mismo se convierta en productor. Si el arte abandona su aura de unicidad y pasa a formar parte de la vida cotidiana, cualquiera puede convertirse en creador. En este sentido hay que entender la oferta de recetas para la creación artística como la que propone Tzara en su “Manifeste sur l’amour faible et de l’amour amer”.De todos modos, la participación del público se redujo en gran medida a la reacción, en ocasiones violenta, frente a las provocaciones de los vanguardistas, sin que las vanguardias hayan supuesto un auge inmediato del arte amateur.
EL CONCEPTO DE “OBRA DE ARTE” EN LA VANGUARDIA
El replanteamiento de la función del arte en la sociedad, que llevado a su último extremo implica la reintegración de este a la vida cotidiana, supone en primera línea un cuestionamiento de la función de la obra de arte. No se trata pues de que la obra cumpla una función determinada en la sociedad, de un nuevo utilitarismo artístico, sino de que se integre como un proceso productivo más en el funcionamiento de esta. Pero el concepto mismo de obra resulta problemático cuando nos enfrentamos a la vanguardia. ¿Hasta qué punto se puede hablar de obra ante una acción dadaísta como la interrupción del sermón del domingo en el Berliner Dom? El accionismo de la vanguardia, la integración del arte en contextos que hasta la fecha le habían sido ajenos, hace difícil establecer un concepto de obra de vanguardia.
Peter Bürger se plantea en su Theorie der Avantgarde esta cuestión y llega a establecer una categoría, la de la obra no orgánica, que permite por un lado afirmar la existencia de una obra de vanguardia y por otro diferenciarla de la obra de arte tradicional u orgánica. La principal diferencia entre ambas estriba en el modo de aprehender la realidad de la obra no orgánica: mientras que la tradicional toma la realidad como un todo dotado de sentido y se limita a reproducir este material respetando el sentido que su autor percibe en él, el autor de vanguardia, que percibe la realidad de un modo fragmentario, sin encontrar en ella ningún tipo de principio ordenador, aisla pedazos de realidad, dotándolos de una nueva función y un nuevo sentido.
La obra de vanguardia adquiere un carácter documental, alejándose de la ficcionalidad que había venido dominando el arte hasta comienzos del siglo XIX. Esta tendencia a la fragmentación domina a su vez la construcción de la obra: mientras que el artista tradicional pretende presentar un todo coherente, limitándose en ocasiones a ofrecer una parcela reducida de la realidad con el fin de mantener esa totalidad, el artista de vanguardia monta su obra con fragmentos heterogéneos, sin preocuparse de la coherencia ni de ofrecer un proceso completo. Esto transforma también las posibilidades de lectura de la obra de vanguardia: mientras que en la obra tradicional toda exclusión significa una mutilación del sentido unitario, en la obra de vanguardia los fragmentos están dotados de un significado propio, que contribuye a conformar el sentido de la obra en su conjunto, pero no depende de él, por lo que la recepción aislada no perjudica su comprensión. Una de las consecuencias de esta fragmentación, es la ruptura con las expectativas de recepción tradicionales, que llega a la falta de sentido. Resultado de esta desorientación sistemática del receptor es el shock, que como habíamos visto, es el medio que el artista de vanguardia pretende utilizar para despertar en su público una conciencia crítica de la realidad circunstante.
Además de la fragmentación y el montaje, otro de los rasgos principales de la obra de vanguardia es su carácter lúdico. Una de las principales armas que el autor tiene en su lucha contra la institución del arte es, precisamente, no tomarse la creación en serio, negarse a seguir sus reglas ni a admitir la transcendencia del hecho artístico. El rechazo al positivismo decimonónico se refleja en la literatura y el arte de vanguardia en la inclusión del azar como uno de sus principios de creación, en la no aceptación de las reglas lógicas de la causalidad. La introducción de relaciones no motivadas en el discurso de la vanguardia es una nueva fuente de irritación para el lector. La introducción del azar como elemento constitutivo de la obra forma parte de un proceso de despersonalización del hecho creador. Un eslabón más en este proceso es la ya anteriormente enunciada autoría colectiva. El carácter colectivo de la escritura se convierte en un medio de subversión de los valores imperantes en la institución literaria. Un primer indicio de la desindividualización del arte de vanguardia es la popularidad de procedimientos como el collage o el montaje, en los que fragmentos anónimos de la vida cotidiana (un trozo de tela, versos de una canción de moda, un pedazo de madera), son introducidos tal cual o con ligeras modificaciones en una obra de arte.
De todo ello se deduce que la obra de vanguardia es, en mayor medida lo que es de por sí toda obra de arte, una “opera aperta”, en la que el receptor tiene gran libertad a la hora de construir un sentido sin que el autor intente de ningún modo inducir una interpretación determinada. Se limita a ofrecer un material fragmentario que el espectador/lector debe combinar a su antojo. De hecho, según Bürger, el receptor renuncia a la búsqueda de un sentido para concentrarse en los elementos constitutivos de la obra. Otra de las consecuencias de este proceso de fragmentación es la predilección de la vanguardia por la mezcla de formas. Si la realidad es percibida de un modo discontinuo y sin que sobre ella rija ningún principio ordenador, es lógico que las formas que se elijan para plasmarla sean heterogéneas. De hecho, no es infrecuente en la vanguardia una combinación semejante del lenguaje literario y plástico en forma de dibujos añadidos a un texto o de la misma disposición espacial de la tipografía, además de las ya más convencionales mezclas de distintas formas exclusivamente literarias.
Al mismo tiempo, encontramos en la vanguardia una marcada predilección por las formas literarias breves (el poema, el sketch dramático, el manifiesto), quedando otras formas como la novela prácticamente desterradas de la creación vanguardista. Ello se debe sin duda al imperativo de actualidad e inmediatez que rige toda la creación de vanguardia y que excluye procesos de elaboración tan prolongados como los que exigen formas de mayor longitud y complejidad como pueden serlo el drama o la novela.
Así pues nos encontramos con una obra de vanguardia multiforme, abierta a todo tipo de interpretación, que establece una nueva relación con la realidad, reflejando no ya sus pretendidas regularidades, sino su naturaleza caótica y las distorsiones creadas por la percepción individual.
Extraído:

Jarillot Rodal, Cristina. Manifiesto y Vanguardia: intento de definición de la forma a través de los manifiestos del Futurismo, Dadá y Surrealismo. Universidad de Salamanca. Facultad de Filología. 2000

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