Grupo 6° Derecho 1 Liceo N° 1 Dr. Alfonso Espínola
VANGUARDIA
El
término vanguardia empieza a ser aplicado al terreno literario en
Francia hacia finales del siglo XIX, por asimilación con la
vanguardia política, luego, la utilización de esta metáfora por
parte de la crítica se restringirá a las llamadas vanguardias
históricas, cuyo punto de arranque es situado, por la mayoría de
autores en la aparición del primer manifiesto del futurismo en 1909,
y a las neovanguardias posteriores a la II Guerra Mundial. Se produce
un estrechamiento del campo semántico del término, que pasa de ser
aplicado a todo aquel autor cuya obra suponga un avance literario, a
unos grupos con un comportamiento (de ruptura) muy codificado.
El
vocablo vanguardia proviene del término “avantgarde”, acuñado
del ámbito militar, donde significa la parte de un ejército, o de
una fuerza desplegada, que avanza en la parte delantera, o por
delante del cuerpo principal, por tanto se mantiene más cerca del
enemigo y por ello se arriesga más. Trasladado el concepto a la
literatura refiere a los escritores que se adelantan en el tiempo
para asegurar la progresión del arte...
CARACTERIZACIÓN
GENERAL DE LA VANGUARDIA
A
pesar de su variedad de planteamientos y manifestaciones, los ismos
de principio de siglo comparten una serie de rasgos que permiten
hablar de la vanguardia como un fenómeno con cierta homogeneidad.
La
vanguardia es, ante todo, un movimiento de ruptura, de rechazo
radical de la tradición, del pasado y de las instituciones de las
que ella misma surge (en este caso, la literaria). Esta ruptura se
produce de un modo violento: se insulta a los miembros de corrientes
anteriores, se descalifica el uso de una forma determinada y en
alguna ocasión se puede llegar incluso a la agresión física. Esta
violencia se refleja también en el tratamiento del material plástico
o literario.
La
otra cara de este rechazo total y sin paliativos del pasado, de esta
voluntad de hacer tabula rasa con la herencia de una tradición
literaria y artística de siglos. Los vanguardistas pretenden
devolverle al arte un estado de pureza y de frescor propios de la
creación primitiva. A través de la destrucción sistemática de
todo rasgo de convención en el lenguaje, en la expresión plástica
y en la musical. Un fenómeno emparentado con el primitivismo es la
valoración de lo irracional, de lo místico e incluso del ocultismo.
Los distintos grupos de vanguardia se sienten atraídos por formas de
discurso marginales, perseguidas por el discurso dominante de la
racionalidad y el orden contra el que se rebelan.
Otro
de los rasgos distintivos de la vanguardia es su carácter crítico.
La actividad artística por si sola ya no basta, tiene que ir
acompañada por una reflexión teórica que puede tomar forma de
manifiesto, de comentarios, o declaraciones impresas en catálogos de
exposiciones, porque la obra de vanguardia rompe de tal modo las
expectativas del receptor, que este necesita de ayuda para
enfrentarse a ella. Y una de las maneras de legitimar el propio
discurso teórico, es el empleo de manifiestos.
La
vanguardia es un proyecto totalizante: no se limita a tratar de
cambiar un aspecto determinado de la producción artística, sino que
aspira a revolucionar por completo la vida y la creación.
El
artista ocupa una posición completamente nueva en la sociedad. Por
un lado, pierde la distancia frente a la masa, y por otro se
convierte en una especie de guía, se sitúa a sí mismo en la punta
de un movimiento destinado a transformar la realidad. El artista de
vanguardia busca el contacto directo con el público, la provocación
cara a cara, que lo hace foco de las reacciones, frecuentemente
airadas, de los espectadores. Es un rostro identificable, se
responsabiliza, por así decirlo, de su propia revuelta mediante su
presencia física y exhibe su subjetividad ofreciéndose a sí mismo
en espectáculo. Además de a través de actos públicos, tanto
organizados (en teatros o cabarets, anunciados a través de la
prensa, con venta de entradas), como espontáneos o subversivos, la
vanguardia se sirve para su difusión de pequeñas revistas,
octavillas, carteles, notas de prensa, por oposición a los medios de
difusión “pesados” de la literatura tradicional: libros,
revistas de gran tirada, prensa establecida.
La
vanguardia aspira indudable a llegar a las masas, como lo demuestran
actos públicos como la pegada de carteles, o el famoso lanzado de
octavillas futuristas desde la torre del reloj de Venencia el 8 de
julio de 1910. Sin embargo, lo cierto es que su recepción se limita
a círculos cultos y de clase alta, que son los principales
suscriptores de revistas de vanguardia y compradores de piezas de
arte o asistentes a conciertos o soirées.
RUPTURA
Y DINAMISMO
Todo
grupo que se reclama de vanguardia aspira a la transformación
violenta del contexto en el que surge, aunque esta violencia sea, al
menos en el caso de las vanguardias artísticas, en gran medida
simbólica. La vanguardia se define casi más que por los cambios que
propugna, por su carácter negativo, por aquello a lo que se opone,
contra lo que se declara. La única cualidad artística reconocida
universalmente por los grupos de vanguardia es la rebelión, el
inconformismo, para ellos no puede haber arte si no es en la
subversión de los códigos literarios, musicales o plásticos
establecidos. Renato Poggioli sitúa el origen de
la vanguardia en la sustitución del ideal de lo bello imperante en
el arte tradicional por la categoría de lo nuevo. Esta aspiración
a producir una obra original, que introduzca elementos previamente
inexistentes en la creación literaria, está presente en toda la
historia de la literatura. La vanguardia estriba en el carácter
total de esta ruptura, de esta negación, se opone al pasado
literario en su totalidad, aspira a una revolución radical de los
modos de producción artística y, en los casos más extremos,
incluso a una reinvención del material de la producción literaria,
la lengua.
La
vanguardia exige materiales nuevos, nunca antes utilizados. Cada
vanguardia se sitúa a sí misma en el inicio de una nueva era en el
acto mismo de declarar caduca y estéril toda la creación anterior a
ella misma. El problema que plantea esta ruptura tan radical es su
continuidad, el hecho de que se ve negada por el advenimiento de
nuevas vanguardias que a su vez pretenden superarla y la desplazan en
el status de momento inaugural. Esta fuga permanente de la
vanguardia, esta sucesión vertiginosa de movimientos que se niegan
sucesivamente, determina el carácter dinámico de la vanguardia. El
grupo que se estabiliza, que alcanza el poder simbólico, es
desafiado por otro que funda su legitimidad tanto de la propia
marginalidad como del supuesto compromiso del grupo al que pretende
desplazar con el poder. Esta aceleración lleva a la autodestrucción
de la vanguardia: llega un momento que ya no es posible superar la
provocación. Algunos críticos consideran que al verdadero objetivo
de la provocación y la rebeldía de la vanguardia: las instituciones
literaria y artística, sus ritos y la distancia que imponen entre la
vida y la creación.
La
vanguardia se opone tanto a la autonomía del hecho artístico (y por
lo tanto del literario) como a su falta de implicación social, a la
falta de incidencia del arte en la vida cotidiana y pretende
convertirlo en acción, devolverle su carácter utilitario en una
sociedad renovada.
Bourdieu
hable en ocasiones de una “avantgarde intellectuelle et
artistique”, hace uso de una acepción amplia del término, que se
refiere a todo aquel arte que se destaca de la producción de masas
por su exigencia formal y se sustrae a la instrumentalización por
parte del poder, en Bourdieu la autonomía sirve para diferenciar dos
modos simultáneos de producción artística: el arte por el arte y
el arte supeditado al gusto de la masa y transmisor de ideología.
La
misma vanguardia pone, de un modo inconsciente, en manos de la
institución cultural una herramienta para su asimilación: su propio
discurso teórico, materializado con frecuencia en forma de
manifiestos.
FUNCIÓN
DEL GRUPO EN LA VANGUARDIA
Otro
de los aspectos fundamentales de la vanguardia es su carácter
colectivo. La aspiración a una creación colectiva y la negación
del carácter individual del arte son rasgos específicos de las
vanguardias de comienzos del siglo XX. La pertenencia al grupo
permite al artista por un lado dar mayor proyección a su mensaje y
por otro reduce su responsabilidad frente a la masa: lo que dice no
lo dice en tanto que creador individual, sino como miembro de un
movimiento cuyo credo comparte y que es el auténtico depositario de
la responsabilidad colectiva. Al mismo tiempo, la pertenencia a un
grupo simplifica la toma de decisiones estéticas: todo ismo está en
posesión de un credo, de unas directrices, con frecuencia hechas
públicas en forma de manifiesto, que sirven de guía a aquellos que
se identifican con él, y que por lo general no sólo abarcan el
terreno de la creación artística sino variados aspectos de la vida,
incluso la indumentaria.
La
existencia de un credo común implica también una cierta disciplina,
aunque esta no haya sido llevada con idéntico rigor por las
distintas agrupaciones. Otro rasgo importante de los movimientos de
vanguardia es su “cohesión emocional”, su carácter de comunidad
tanto artística como vital. El grupo también protege a sus miembros
de las convenciones sociales que les rodean, creando un espacio
cerrado en el que vivir de acuerdo con las propias inclinaciones sin
preocuparse del qué dirán. Adquiere el carácter de una sociedad
secreta subversiva. Se crea pues una sociedad en miniatura,
enfrentada a la Sociedad con mayúsculas, a la que se pretende
transformar y, que en su conjunto, rechaza al grupo de vanguardia.
Este carácter colectivo, y en particular el carácter colectivo de
la creación, resulta, de nuevo, extraña. La concepción tradicional
se ve negada por modalidades de creación tan típicas de la
vanguardia como el cadavre exquis, en el que un texto es compuesto
por varias personas que van escribiendo por orden unidades
sintácticas, ignorando lo que la persona anterior ha escrito en un
papel plegado. El resultado es un texto, que si bien respeta las
normas sintácticas (con antelación se decide quien aportará el
sujeto, el verbo, los complementos), tiene un sentido con frecuencia
sorprendente, al margen de toda lógica.
La
fugacidad ha sido una de las principales características de los
grupos de vanguardia, una posible explicación de esta esta cualidad
quizás sea el carácter individualista de sus miembros, que no
soportarían durante demasiado tiempo verse sometidos a la disciplina
de un colectivo. Otro factor a tener en cuenta es el fuerte desgaste
emocional y físico que supone la pertenencia a un movimiento de
vanguardia. Las frecuentes acciones, que en su mayoría tienen lugar
frente a un público hostil, cuando no violento, y la convivencia
constante con un número reducido de personas, se prestan a los
roces, al surgimiento de rivalidades y antipatías, además del
simple cansancio, que puede ser motivo suficiente para la
desintegración de un grupo. Además, la provocación no se puede
prolongar hasta el infinito, el escándalo pierde fuerza cuando es
repetido y llega un momento en el que se hace difícil encontrar
nuevas ideas con las que sorprenderse a sí mismo y a los demás.
RELACIÓN
CON EL PÚBLICO
Así
como la producción de vanguardia tiene un claro carácter colectivo,
también su recepción lo es en mayor medida que en la literatura
tradicional. Se busca la confrontación directa con el público, la
provocación. El marco elegido para la provocación dista mucho de
los ya consagrados por la tradición para la recepción masiva: el
teatro, la ópera o el concierto. El café, el cabaret, son elegidos
por su aura marginal y porque permiten una comunicación con el
público menos codificada. En una fase avanzada se llegará a
conquistar el espacio colectivo por excelencia, la calle,
pretendiendo afirmar la destrucción efectiva de las barreras entre
el arte y la vida cotidiana: ya no se admite la existencia de lugares
consagrados a la celebración del rito del arte, cualquier lugar y
cualquier momento son apropiados para llevar a cabo lo que se
considera una faceta como cualquier otra de la vida diaria. También
el público potencialmente receptor del arte ha cambiado. Con la
alfabetización y el acceso al ocio de las clases populares, se
transforma el perfil del consumidor de cultura: de un grupo reducido
de personas muy cultivadas de clase alta se pasa por primera vez en
la historia a un público de masas, que impone sus propios gustos y
su necesidad de entretenimiento. Aunque la vanguardia aspire a
alcanzar a ese público, es cierto que el seguimiento exhaustivo de
las actividades de la vanguardia se limitó en gran medida a un
público minoritario, culto y con frecuencia excéntrico.
Peter
Bürger establece el shock como el momento primordial del contacto de
los grupos de vanguardia con su público. El objetivo principal de
sus acciones es la decepción de las expectativas del espectador, la
ruptura de tabúes y de los hábitos impuestos por la institución
literaria, para conseguir que este se haga consciente del carácter
convencional de las normas de comportamiento social y adopte una
actitud crítica imprescindible para la transformación de la
realidad. Pero la efectividad de este método de acción es dudosa:
por un lado, es difícil controlar el sentido de la reacción del
público. Con frecuencia el shock no lleva al deseado replanteamiento
de las circunstancias vitales y sociales del espectador. Y por otro,
como hemos visto, la provocación repetida se agota, una vez que se
viola un tabú, este no puede volver a ser objeto de transgresión.
Los grupos de vanguardia acaban creando en el público una especie de
expectativa del escándalo. Los espectadores saben, gracias a
experiencias propias o a informaciones de la prensa, lo que les
espera, y acuden, por ejemplo, a las veladas futuristas, no en una
actitud receptiva, sino con la cesta llena de huevos podridos y
legumbres susceptibles de ser convertidas en proyectiles. La
eliminación de la dualidad vida/arte se refleja en la invitación al
público a que él mismo se convierta en productor. Si el arte
abandona su aura de unicidad y pasa a formar parte de la vida
cotidiana, cualquiera puede convertirse en creador. En este sentido
hay que entender la oferta de recetas para la creación artística
como la que propone Tzara en su “Manifeste sur l’amour faible et
de l’amour amer”.De todos modos, la participación del público
se redujo en gran medida a la reacción, en ocasiones violenta,
frente a las provocaciones de los vanguardistas, sin que las
vanguardias hayan supuesto un auge inmediato del arte amateur.
EL
CONCEPTO DE “OBRA DE ARTE” EN LA VANGUARDIA
El
replanteamiento de la función del arte en la sociedad, que llevado a
su último extremo implica la reintegración de este a la vida
cotidiana, supone en primera línea un cuestionamiento de la función
de la obra de arte. No se trata pues de que la obra cumpla una
función determinada en la sociedad, de un nuevo utilitarismo
artístico, sino de que se integre como un proceso productivo más en
el funcionamiento de esta. Pero el concepto mismo de obra resulta
problemático cuando nos enfrentamos a la vanguardia. ¿Hasta qué
punto se puede hablar de obra ante una acción dadaísta como la
interrupción del sermón del domingo en el Berliner Dom? El
accionismo de la vanguardia, la integración del arte en contextos
que hasta la fecha le habían sido ajenos, hace difícil establecer
un concepto de obra de vanguardia.
Peter
Bürger se plantea en su Theorie der Avantgarde esta cuestión y
llega a establecer una categoría, la de la obra no orgánica, que
permite por un lado afirmar la existencia de una obra de vanguardia y
por otro diferenciarla de la obra de arte tradicional u orgánica. La
principal diferencia entre ambas estriba en el modo de aprehender la
realidad de la obra no orgánica: mientras que la tradicional toma la
realidad como un todo dotado de sentido y se limita a reproducir este
material respetando el sentido que su autor percibe en él, el autor
de vanguardia, que percibe la realidad de un modo fragmentario, sin
encontrar en ella ningún tipo de principio ordenador, aisla pedazos
de realidad, dotándolos de una nueva función y un nuevo sentido.
La
obra de vanguardia adquiere un carácter documental, alejándose de
la ficcionalidad que había venido dominando el arte hasta comienzos
del siglo XIX. Esta tendencia a la fragmentación domina a su vez la
construcción de la obra: mientras que el artista tradicional
pretende presentar un todo coherente, limitándose en ocasiones a
ofrecer una parcela reducida de la realidad con el fin de mantener
esa totalidad, el artista de vanguardia monta su obra con fragmentos
heterogéneos, sin preocuparse de la coherencia ni de ofrecer un
proceso completo. Esto transforma también las posibilidades de
lectura de la obra de vanguardia: mientras que en la obra tradicional
toda exclusión significa una mutilación del sentido unitario, en la
obra de vanguardia los fragmentos están dotados de un significado
propio, que contribuye a conformar el sentido de la obra en su
conjunto, pero no depende de él, por lo que la recepción aislada no
perjudica su comprensión. Una de las consecuencias de esta
fragmentación, es la ruptura con las expectativas de recepción
tradicionales, que llega a la falta de sentido. Resultado de esta
desorientación sistemática del receptor es el shock, que como
habíamos visto, es el medio que el artista de vanguardia pretende
utilizar para despertar en su público una conciencia crítica de la
realidad circunstante.
Además
de la fragmentación y el montaje, otro de los rasgos principales de
la obra de vanguardia es su carácter lúdico. Una de las principales
armas que el autor tiene en su lucha contra la institución del arte
es, precisamente, no tomarse la creación en serio, negarse a seguir
sus reglas ni a admitir la transcendencia del hecho artístico. El
rechazo al positivismo decimonónico se refleja en la literatura y el
arte de vanguardia en la inclusión del azar como uno de sus
principios de creación, en la no aceptación de las reglas lógicas
de la causalidad. La introducción de relaciones no motivadas en el
discurso de la vanguardia es una nueva fuente de irritación para el
lector. La introducción del azar como elemento constitutivo de la
obra forma parte de un proceso de despersonalización del hecho
creador. Un eslabón más en este proceso es la ya anteriormente
enunciada autoría colectiva. El carácter colectivo de la escritura
se convierte en un medio de subversión de los valores imperantes en
la institución literaria. Un primer indicio de la
desindividualización del arte de vanguardia es la popularidad de
procedimientos como el collage o el montaje, en los que fragmentos
anónimos de la vida cotidiana (un trozo de tela, versos de una
canción de moda, un pedazo de madera), son introducidos tal cual o
con ligeras modificaciones en una obra de arte.
De
todo ello se deduce que la obra de vanguardia es, en mayor medida lo
que es de por sí toda obra de arte, una “opera aperta”, en la
que el receptor tiene gran libertad a la hora de construir un sentido
sin que el autor intente de ningún modo inducir una interpretación
determinada. Se limita a ofrecer un material fragmentario que el
espectador/lector debe combinar a su antojo. De hecho, según Bürger,
el receptor renuncia a la búsqueda de un sentido para concentrarse
en los elementos constitutivos de la obra. Otra de las consecuencias
de este proceso de fragmentación es la predilección de la
vanguardia por la mezcla de formas. Si la realidad es percibida de un
modo discontinuo y sin que sobre ella rija ningún principio
ordenador, es lógico que las formas que se elijan para plasmarla
sean heterogéneas. De hecho, no es infrecuente en la vanguardia una
combinación semejante del lenguaje literario y plástico en forma de
dibujos añadidos a un texto o de la misma disposición espacial de
la tipografía, además de las ya más convencionales mezclas de
distintas formas exclusivamente literarias.
Al
mismo tiempo, encontramos en la vanguardia una marcada predilección
por las formas literarias breves (el poema, el sketch dramático, el
manifiesto), quedando otras formas como la novela prácticamente
desterradas de la creación vanguardista. Ello se debe sin duda al
imperativo de actualidad e inmediatez que rige toda la creación de
vanguardia y que excluye procesos de elaboración tan prolongados
como los que exigen formas de mayor longitud y complejidad como
pueden serlo el drama o la novela.
Así
pues nos encontramos con una obra de vanguardia multiforme, abierta a
todo tipo de interpretación, que establece una nueva relación con
la realidad, reflejando no ya sus pretendidas regularidades, sino su
naturaleza caótica y las distorsiones creadas por la percepción
individual.
Extraído:
Jarillot
Rodal, Cristina. Manifiesto y Vanguardia: intento de definición
de la forma a través de los manifiestos del Futurismo, Dadá y
Surrealismo. Universidad de Salamanca. Facultad de Filología.
2000
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